Aceptar el #rechazo

Toda empresa que haya pasado por un cambio importante (fusión, digitalización, etc.) habrá escuchado la famosa frase “resistencia al cambio” y seguramente muchas habrán contratado consultores en “cambio organizacional”.  

En un proceso político no es diferente.  La resistencia al cambio es parte de las reacciones normales y esperables en todo grupo, organización o sociedad.  Es una reacción casi instintiva, pero que si somos capaces de atender sus razones nos puede dar luces de cómo manejarla.  La resistencia al cambio refleja ciertas emociones o sentimientos subyacentes: 

Sentirse amenazados, tanto a nivel individual como de grupo.  Con lo polarizada que está la sociedad global hoy, no es raro que estemos más alerta a escuchar esas amenazas.  Si le sumamos la casi normalización de las protestas violentas durante el último año, es lógico que mucha gente tenga temor. Por muchos instantes, la gente sintió que el Estado no pudo mantener el control.

Pero la amenaza también es a nivel de grupos (gremios, empresarios, agricultores, etc.).  Es evidente que hay grupos privilegiados, y por lo mismo, temen, con razón, que se les quiten esos privilegios (exenciones tributarias, por poner un ejemplo).  Además, el temor de perder el control. La sociedad estaba organizada, mal, pero estaba organizada.  De pronto, se abre una caja de pandora. Las excentricidades que hemos escuchado sobre lo que puede o no hacer una nueva Constitución no ayudan a calmar esos temores.

Es evidente que se abre un espacio de incertidumbre enorme. Eso aterra a muchas personas, por de pronto, a los ciudadanos mayores que buscan tranquilidad más que mover el bote. Es la naturaleza humana.

Y también hay dudas legítimas sobre el proceso mismo. El Parlamento ha contribuido a ello dilatando definiciones importantes como el rol de los independientes, la representación de pueblos originarios o la inhabilidad de funcionarios públicos para integrar la Constituyente.  Tampoco contribuyen quienes plantean que la AC puede desconocer su propio mandato y fijarse sus propias reglas. Y a ello se suma que, a diferencia del otro plebiscito, no hay un solo referente o líderes indiscutidos que encabecen el proceso.  Si bien esto hace al proceso más dinámico, aumenta la incertidumbre en un grupo importante de chilenos.

Y por último, también hay planes personales o experiencias pasadas que hacen a muchos rechazar el cambio.

No se trata de justificar una opción que resultó derrotada.  Se trata de entender desde dónde se resisten al cambio. ¿Para qué? Pues para darle cabida a esos temores, para atenderlos y asegurarnos que se sientan incluidos en el proceso sin generar temores innecesarios en esos compatriotas. Mal haríamos con mofarnos de ellos o minimizar ese miedo.  Si queremos un proceso exitoso y en paz social, es un deber dar certidumbre sobre el mismo, acotar las dudas al mínimo, y que los actuales líderes de oposición, sobre todo quienes suscribieron el acuerdo de noviembre pasado, sean garantes del proceso.

Al fin y al cabo, se trata de construir la nueva casa de todos.

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