En una reciente columna del Mercurio (“Un tupido velo”, 18.04.21) Sebastián Claro reivindica la importancia del “crecimiento” alzándolo a la categoría de deber moral, mientras exista pobreza y expone la desafección que hay en la sociedad, especialmente en los jóvenes, con “el crecimiento”.
Pero el tupido velo pareciera ser el del propio autor, que no le permite llegar al fondo de dicha sospecha o desafección.
Hasta pasada la mitad de la columna, el autor habla de “el crecimiento” asumiendo que es económico y uno solo. Es quizás esa miopía la que genera sospechas, bastante fundadas, en las nuevas generaciones puesto que dicho concepto contabiliza a su favor incluso el aumento de los males económicos (seguridad, contaminación, etc.). El autor habla indistintamente de crecimiento o desarrollo económico, y es aquí que se revela cierta ceguera cognitiva, dando por obvio algo que no lo es.
Sugiero que la desafección de los chilenos tiene que ver precisamente con dicha confusión, con asumir que crecimiento y desarrollo son sinónimos y aun más, que habría una sola forma de hacerlo. No es lo mismo desarrollarse como lo hizo la Europa de postguerra que como lo hace Corea del Sur, México o China. Lo que parece claro es que los chilenos no están dispuestos a profundizar un crecimiento que genera resultados inmorales – para usar los términos del autor – como que durante la peor pandemia que hemos enfrentado, ciertos grupos se hayan enriquecido mientras la gran mayoría de la población se ha empobrecido y lucha día a día por llegar a fin de mes. No estamos dispuestos a seguir “desarrollándonos” si eso significa degradar nuestra tierra y sus recursos naturales, un desarrollo extractivo, “rentista”, con bajo valor añadido, e hiper dependiente de tecnología importada.
El debate planteado es falaz. No hay ningún chileno que reniegue del crecimiento económico. El punto es cómo. La gente está descontenta con nuestro “modelo” de crecimiento que ha sido miope, que ha agudizado la desigualdad en un continente de por sí desigual, que contabiliza los males económicos como bienes, que reniega del verdadero rol subsidiario del Estado. No es necesario insistir en la importancia de crecer. Lo que se hace urgente es revisar cómo producimos, de manera que no dejemos a la mayoría de los chilenos atrás. Se trata de reivindicar un crecimiento sustentable, y con ello, no me refiero solamente a lo económico o medioambiental, sino también social. El estallido y la pandemia son suficiente evidencia de que nuestro modelo no pasa la prueba de la sustentabilidad social. Ahí está el desafío que un economista tan brillante como Sebastián Claro puede colaborar a encontrar.